3 de febrero de 2015

¿Una historia condenada a repetirse?




Goya. Gracias á la almorta (serie Los desastres de la guerra)


¿Qué relación hay entre un escritor de best-sellers norteamericano, la postguerra española, el pensamiento ecológico de Thoreau, un grabado de Goya y la actual política sanitaria?

A priori, no parece haber una ligazón evidente, pues se trata de conceptos demasiado dispares como para establecer algún tipo de nexo entre ellos. No obstante, vamos a descubrir que sí existe un hilo conductor que los conecta a todos a través de una historia que pone los pelos de punta de principio a fin:


  •  En 1990, Christopher McCandless, un chico de Virginia recién licenciado en historia y antropología, lector de Jack London, Tolstoi y Gogol, y gran admirador de la filosofía de Thoreau, decidió romper con la rutina y dejar atrás una sociedad que cada vez le parecía más alienante. Así pues, marchó a la aventura para vivir de acuerdo con el concepto de individualismo y de contacto con la naturaleza que el propio Thoreau experimentó y reflejó en Walden o la vida en los bosques. Después de destinar sus bienes a obras de caridad, McCandless adoptó el nombre de Alexander Supertramp y recorrió los Estados Unidos trabajando en granjas y haciendo suyos los preceptos naturalistas y antisociales postulados por Thoreau. Sin hacer caso de las voces que intentaban disuadirlo, se instaló en un bosque de Alaska cerca del Polo Norte, un lugar inhóspito cuya crudeza climatológica supone un auténtico peligro. Vivía dentro de un autobús abandonado, con un par de botas de caucho y algunas provisiones como únicas pertenencias. Dos años más tarde, encontraron su cadáver. El estado de su cuerpo, visiblemente desnutrido, hizo concluir a las autoridades que McCandless había muerto por inanición.
  • Y aquí entramos en la segunda parte de nuestra historia. En 1996, el escritor y periodista Jon Krakauer publicaba Into the Wild, un libro en el que narraba la peripecia de Chris McCandless, y que años después Sean Penn adaptaría para el cine conservando el mismo título. La malograda vida del chico, amplificada por el éxito de este best-seller, provocó toda clase de comentarios favorables y adversos que se extendían también a la tesis de Krakauer y a su apasionada defensa del modo de vida del joven. Según unos, McCandless era un inconformista que, a la manera del héroe clásico, se había atrevido a desafiar al poder que representaba el American way of life. Otros, en cambio, lo consideraban el típico pardillo de ciudad: un inadaptado que iba en busca del bucolismo y tenía una idea excesivamente romántica de lo que significaba en realidad la vida en medio de la naturaleza (más o menos, lo que por aquí llamaríamos un dominguero con ínfulas). En cualquier caso, lo cierto es que Krakauer estaba fascinado con la historia de este idealista y seguía investigando las circunstancias de su agonía. Hasta que encontró un trabajo de Ronald Hamilton en donde se aseguraba que la causa de la muerte era la ingesta continuada de una legumbre que, consumida con asiduidad, afecta al sistema nervioso y paraliza el cuerpo. Es decir, técnicamente, era cierto que McCandless había muerto de hambre, pero según la tesis de Hamilton -avalada también por Krakauer-, la inanición era consecuencia de la inmovilidad de sus miembros, no de su ineptitud a la hora de proveerse de alimentos. 
  •  Es momento de adentrarse en la tercera parte de nuestro rompecabezas: ¿Cuál es esta legumbre tan nociva?... Se trata de la almorta, el fruto de una planta que crece prácticamente en todas partes y que, por tanto, es fácil de encontrar. La almorta, cuyo nombre botánico es Hedysarium alpinum, grass bean en inglés y guixa en catalán, provoca una enfermedad llamada latirismo, palabra que proviene del latín lathy̆rus [satīvus], que es precisamente como se designaba a las plantas del género de la almorta. El latirismo, tal como dice el DRAE, es una intoxicación producida por la ingestión frecuente de harina de almorta, que se manifiesta principalmente a través de la parálisis crónica de las piernas. Como puede verse en el encabezamiento de este escrito, existe un grabado de Goya perteneciente a la serie Desastres de la guerra, donde se aprecia que la almorta era un alimento habitual en épocas de hambruna como la que hubo en Madrid en los años 1811 y 1812, durante la guerra de la Independencia. Es por este motivo que al pie del grabado figura la leyenda "gracias á la almorta". 
  • ¿Guerra?, ¿hambruna?... Llegamos a la postguerra española: La escasez de productos, la falta de proteínas y la dificultad para importar alimentos de una Europa devastada por la guerra mundial eran campo abonado para la malnutrición de las capas más pobres de la sociedad. En ese contexto de depauperación, la almorta, tan accesible y nada costosa, pasó a ser un alimento de subsistencia que causó estragos. En 1941, el médico barcelonés Carlos Oliveras de la Riva determinó que la pandemia que asolaba a media España con síntomas tales como parálisis en las extremidades, temblor de manos y dificultad en la contención de la orina, se debía al consumo masivo de almorta, una de las principales fuentes de alimentación de gran parte de la sociedad española de postguerra. Y así lo publicó en la revista médica Clínica española, conjuntamente con el doctor Emilio Ley, otro colega que también había llegado a la misma conclusión. En un principio, las autoridades franquistas, en vista de las pocas alternativas alimenticias de que disponía un país sumido en la miseria, intentaron controlar el consumo de almorta, pero sin atreverse aun a poner un remedio más efectivo. En 1944, cuando los efectos de esta legumbre ya afectaban a un gran número de personas, no tuvieron más remedio que prohibirla definitivamente.
  • Llegamos al final de la historia. Paradójicamente, aquello que el franquismo había prohibido por atentar contra la salud pública, vuelve a estar permitido en nuestros días, y comer almorta está de nuevo al alcance de cualquiera. Eso sí: en el etiquetaje del producto hay que hacer constar que su consumo debe ser esporádico, a fin de prevenir el latirismo. Incluso la O.C.U. le quita hierro al asunto (ver el apartado "qué riesgos" del enlace), y en el B.O.E., la almorta sale mencionada junto con otras legumbres comestibles. No quisiera ser alarmista. Supongo -y así lo confirman los expertos- que si esta legumbre no forma parte de la base alimenticia de la población, el peligro de contraer la enfermedad queda considerablemente reducido. Aun así, mejor no jugar a las asociaciones de ideas porque las cábalas salen solas y casi sin querer. Resulta inevitable la tentación de relacionar el hambre de la postguerra o el del Madrid de 1811 con el de las personas que hoy rebuscan entre las basuras y con los informes actuales sobre la mala nutrición infantil. Lo dejaremos aquí: continuar por este camino sería toda una perversidad de mente retorcida. En fin, ¡gracias á la almorta!



Fuentes consultadas:



[Texto original en catalán publicado el 18-1-14 en Des de la meva riba]

4 comentarios:

  1. Y con todos los pro-hombres y salvadores de la patria que tenemos, no ya después de un año de tu nota en català, después de más de setenta, vivir en la piel de toro sigue dando vergüenza...
    Y ahora votamos, no lo olvido...

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    1. Es un problema endémico y, me temo, también estructural. Ahora votamos, sí, pero los resultados de las elecciones son el espejo que nos refleja como sociedad.

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  2. ¡Me quito el sombrero, Sícoris! Ciertamente, no era necesario que continuaras porque la perversidad ya está implícita en el proceso, las causas que lo generan y la connivencia de las autoridades que lo permiten.

    Mi padre, que a veces tenía cosas de padre, cuando me hablaba de la guerra y de la posguerra ponía mucho énfasis en el hambre que se pasaba y quiso que supiera qué se comía cuando no había nada más sustancioso. Comí algarrobas, infusión de raíz tostada de achicoria y papillas de maiz.

    El relato vivo de los niños en la calle, de la miseria, del estraperlo, del tabaco liado con los restos de las colillas tiradas en el suelo, de la vida de las pandillas, la prostitución del Chino... La visita a orfanatos, asilos, barrios de chabolas... Y la mala alimentación formaba parte formaba parte de este contexto. Lo digo porque perdemos y nos hacen perder la memoria con mucha facilidad; y de la misma manera que nos están arrastrando hacia la sociedad de 75 años atrás, nos pueden llevar a enfermar de enfermedades que no curará ninguna seguridad social.

    ¡La "almorta" es una gran metáfora!

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    1. La memoria la perdemos muy fácilmente, pero la realidad acaba imponiéndose con dureza. Durante una época nos hicieron creer que la miseria de la que hablas formaba parte de un pasado lejano y ya superado. La almorta es, en efecto, la gran metáfora de este tremendo engaño: un recordatorio cíclico que nos devuelve a lo que no hemos dejado de ser.

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